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El Closet de Bambú

Actualizado: 2 jul 2023


Cuando uno siente nostalgia no hay nada que pueda curar el alma. Uno busca, así como una curita (de esas que se pegan a la piel) que pueda tapar las heridas del corazón de un solo sopetón. Aún no he encontrado en qué farmacia la venden. Me encantaría encontrar la farmacia o la cura, pero sigo en mi búsqueda. El caso es que creo que desde que nací he estado encerrada en una especie de “Closet”. Digo que es una especie porque es bastante peculiar el mío. Yo no sé si tú también tengas uno. En realidad, no estoy segura si desde que nací estuve tan encerrada en las paredes de mi closet porque al nacer, siendo un bebé aún no estamos contaminados con tantas creencias sin sentido sobre el mundo, sobre uno mismo. Creencias heredadas, creencias tal vez de otras vidas o creencias de creencias. Apenas uno empieza a creer en algo y empiezan los juicios. Probablemente juicios llenos de miedo, que se van haciendo más grandes cuando les damos importancia. Entonces, no sé a qué edad realmente me metí en el closet o el closet me tragó con unos colmillos gigantes. No recuerdo la verdad. Han pasado ya unos cuantos años, 43, que la confusión ha sido grande. Podría ser que, siendo una niña, cuando apenas me estaban saliendo los colmillos de mis encías, me quedé viendo al closet que tenía enfrente de mí en mi habitación. El closet tenía un espejo y yo me estaba viendo mis dientes. Tuvimos un intercambio el closet y yo porque sus colmillos me atraparon. ¡Ajá! Ahí está el detalle, no fui yo la que entré en él. Fue el closet glotón que me comió.


Una vez adentro del closet, yo empecé a ver nublado. De pequeña quería ser artista pero eso se me olvidó… el closet empezó a opacar mis colores poco a poco, pero yo luché duro para que no me comiera. Era un armario de bambú, ya el bambú estaba seco, pero tenía unas pequeñas hendiduras por las cuales yo veía hacia afuera. Me imaginaba un mundo mágico, un camino ficticio de romanticismo falso, de grandes poetas bailando al ritmo de la melodía de Shakespeare. Veía una fila de sueños a lo lejos, pero yo estaba encerrada. Me llené de un positivismo tóxico el cual alimentó mi ego y mi rebeldía. Quería destruir las paredes de ese closet, pero no era tarea fácil. Era una porquería cargar con tanto peso. Lloré mucho, me hice la fuerte, tragaba grueso y me echaba alcohol en las heridas, pero no las vivía. Las heridas a veces sangraban pero yo no tenía a la mano la farmacia que vendía las curitas. Entonces aprendí a callarme, a esconderme, a perder las esperanzas. Seguía encerrada en mis propias ataduras, cada vez más llena de miedos. Seguía en el estúpido closet. Un día ya no pude más y apagué mis luces, bajé las persianas y me rendí. Caí en un hueco profundo de desesperación y fue ahí, sólo ahí que el closet me escupió…


Aún me queda la saliva de ese closet porque todavía lo puedo ver, pero “Salí del Closet”. No tengo la curita mágica, tampoco he bailado con Shakespeare… aún… pero ahora lloro en mis propios ríos y me alegro de tener agua en mis ojos. Me alegra compartir mi vulnerabilidad conmigo y contigo. Ya no me pesa la espalda, aunque a veces se asoman esas tontas creencias de un pasado. Me despeluqué, ya no me interesa verme linda en el espejo porque eso es pura pendejada. Desnudé mi alma y mis cicatrices y en vez de seguir viviendo en una utopía, me calma saber que está bien haberme quitado de encima las nubes que no me dejaban ver con claridad. Ahora uso unos lentes rojos, para ver mejor. Ojalá el lobo no me coma como hizo con caperucita (no tengo la capa roja, sólo mis lentes) … porque ya el closet no lo puede hacer. Después de todo él me tragó, me escupió y me enseñó a nacer de nuevo…




 
 
 

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